Asociación Cultural Sevilla Misterios y Leyendas

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SEVILLA MISTERIOS Y LEYENDAS

DIVULGACIÓN DE LA CULTURA Y EL PATRIMONIO DE LA CIUDAD DE SEVILLA

EL MAPA DE OLAVIDE

1. Pablo de Olavide y la Sevilla que encontró.

En el año 2021 se cumplieron 250 años de la edición de la primera representación gráfica de la superficie de la ciudad de Sevilla mediante una proyección a escala, impulsado por el asistente (hoy diríamos alcalde) Pablo de Olavide y Jáuregui, que gobernó la Ciudad de 1767 a 1776.

Pablo de Olavide era hasta hace muy pocos años prácticamente desconocido en la ciudad de Sevilla. Durante la transición a la democracia en España solo conocían al personaje un reducido número de profesores de la Universidad Hispalense, la mayorparte de ellos PNN. Constituidos como Asociación Pablo de Olavide, exigían ante las autoridades universitarias una profunda reforma de la enseñanza superior en la España franquista, y tomaban tal nombre precisamente porque fue Olavide quien llevó a cabola reforma universitaria en Sevilla (y en España en general) un lejano año de 1768. Cuando, tiempo después, el Parlamento de Andalucía aprobó en julio de 1997 la creación de la segunda universidad pública en Sevilla y se buscó un nombre para la misma, Pablo de Olavide salió de nuevo a la luz.

Pablo Antonio José de Olavide y Jáuregui nació en la capital de Perú, Lima, el 25 de enero de 1725, como hijo primogénito del matrimonio formado por el hidalgo navarro Martín de Olavide, destinado en el Perú como contador mayor del Tribunal de Cuentas, y María Ana de Jáuregui, hija del capitán sevillano Antonio de Jáuregui. Se graduó como Doctor en Teología por la Universidad de San Marcos al contar apenas con quince años para apenas dos más tarde pasar a ejercer disciplina como catedrático, por oposición, en esta disciplina.

Tuvo que marchar del continente americano por confiscación de bienes a causa de deudas heredadas por su padre, pero tras recuperar su posición económica pudo recorrer países europeos como Italia y Francia, dando lugar a su desarrollo intelectual gracias a su contacto con grandes figuras de la Ilustración. Consiguió acercarse posteriormente a la Corte española, y en junio de 1767 recibió de Carlos III el encargo más trascendental y arriesgado de su vida: colonizar con pobladores alemanes, bávaros, suizos, griegos, y finalmente catalanes y valencianos las tierras más abandonadas de Sierra Morena, apenas habitadas en aquel entonces por peligrosos bandoleros dedicados a asaltar en los caminos reales que conectaban Andalucía con Madrid. De esta forma, junto con Pedro Rodríguez de Campomanes, elaboró el Fuero de las Nuevas Poblaciones de Sevillla; y sería nombrado intendente de los cuatro reinos de Andalucía (Córdoba, Sevilla, Jaén y Granada) y asistente de la ciudad de Sevilla.

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A mediados del s. XVIII Sevilla era una ciudad estancada, en el tiempo y el espacio. Tenía apenas 76.000 habitantes, según el censo de Floridablanca, que sucesivas epidemias durante las décadas siguientes hicieron menguar todavía más. Su red viaria, de estrechas y tortuosas calles en su mayor parte, era prácticamente la misma de la ciudad islámica y tardo medieval. La traza del espacio intramuros, de poco más de 290 hectáreas y figura ovalada, venía a ser un laberinto de calles, callejones y adarves, encajados entre tapias de cal y paredes sobre las que triunfaban las malas hierbas, y conformado por un piélago de conventos, iglesias y capillas (se contaban 24 parroquias, 48 conventos de religiosos, 29 de religiosas y 17 hospitales de la Iglesia) más viviendas de variados volúmenes y alturas, tiendas ,almacenes, mesones, tabernas, huertas, palacios, talleres, cobertizos, cuadras, solares, muladares, charcas y ruinas, en desordenada sucesión. Los censos e inventarios de viviendas, como el realizado en 1777, contabilizaron casi 12.000 casas, aunque muchas de ellas se hallaban en ruinas. Pero ruinas no sólo producidas por el tiempo y el vacío de población provocado por las crisis demográficas que habían asolado la ciudad desde su época de esplendor en el s. XVII, sino también por los efectos del terremoto de 1755, conocido como de Lisboa.

 

2. Las reformas de Olavide en Sevilla.

Una de las primeras decisiones de Pablo de Olavide consistió en reorganizar la vida municipal con la división de la ciudad en cuarteles (cinco). Para el gobierno de estas divisiones creó la figura de los alcaldes mayores, elegidos mediante un sistema de elecciones democráticas que no tuvieron buena acogida por parte de la nobleza.

Además de esta ordenación, destaca el embellecimiento de las orillas del río, con la creación del paseo de Las Delicias, la reforma universitaria y la potenciación de las reuniones intelectuales. Respecto al urbanismo, se van a producir una serie de reformas y nuevas construcciones religiosas y civiles. En el interior del casco urbano se construyeron una serie de edificios, sobre todo de carácter religioso, lo que produjo una sacralización de la vida pública. Pero las grandes construcciones de la época, que son las que dan carácter de grandiosidad a la ciudad, tuvieron que ser levantadas extramuros. Destacan el palacio de San Telmo (1682-1796), la Real Fábrica de Tabacos (1728-1770) y la plaza de toros (1754-1881). Además, la instalación en Sevilla de un mando militar hizo necesario la construcción de cuarteles.

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También Olavide llevó a cabo intervenciones en los espacios públicos. Mandó instalar fuentes, reformó la Alameda (construida en 1574) y empezó a crear plazas delante de las iglesias (plaza del Duque). Como remate de las obras públicas, hay que mencionar la puesta en marcha de las nuevas carreteras de entrada y salida a la ciudad, inauguradas en 1777. A partir de 1772, con el fin de mejorar la higiene, prevenir las epidemias fruto de las riadas y mejorar la limpieza de la ciudad, estableció unos impuestos de limpieza ciudadana.

Además, se deben resaltar sus aportaciones en el plano cultural, destacando su recuperación de las funciones teatrales en la ciudad, que habían sido prohibidas en Sevilla por cuestiones de rigidez moral.

Por último, se debe decir que con la referencia de los ejemplos que se habían realizado para Madrid durante el reinado carolino, encargó en 1771 la realización del plano de Sevilla a Francisco Manuel Coelho, protegido posteriormente del propio asistente en la planificación de las Nuevas Poblaciones. Tras la elaboración del mismo, este fue mandado grabar en cobre y tirar en Madrid, aunque fue finalmente estampado por el artífice José Braulio Amat. Este plano, conocido como el “plano de Olavide” por el nombre de su promotor, con el norte a la izquierda del espectador al igual que las clásicas vistas de Sevilla y su río de los siglos XVI y XVII, es la primera cartografía con la pretensión científica de reproducir con fidelidad su realidad física. Y aunque presente algunas inexactitudes, no incluya algunos barrios y no sea estrictamente topográfico (hablando según los criterios actuales), el plano de Olavide responde ya a una necesidad de conocimiento de la ciudad con el objetivo de su organización racional, y refleja la trama básica del espacio urbano intramuros con un alto grado de detalle.

Como se puede observar, el plano se compone de dos columnas laterales que engloban las leyendas del mismo y una parte central con el mapa en sí, y pueden apreciarse las denominaciones de las calles y las divisiones en cuarteles y barrios que se crearon con motivo de la mejora de la administración de la ciudad. Estas divisiones se reflejaron en rótulos con azulejos, perdurando algunos en la actualidad, como el existente en la calle de la Compañía, junto a la plaza de la Encarnación:

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O en la propia Catedral, en la puerta principal que da a la Avenida de la Constitución:

 

3. Los últimos años de Pablo de Olavide.

Sin embargo, los pensamientos de Pablo de Olavide entraban en gran medida en conflicto con la sociedad de su época. La Santa Inquisición lo atacó por su particular apoyo al teatro y los bailes, su afición a las lecturas y pinturas amorales, sus críticas al celibato eclesiástico y por su revolucionario Plan de Estudios de la Universidad de Sevilla, que, entre cosas, desterraba a los frailes de la enseñanza universitaria. Su pena no sería otra que la de un nuevo exilio. Además, hubo de pasar ocho años recluido en un monasterio, a fin de reconducir su conducta en los dogmas de la fe católica. Para ello pasó temporadas en diferentes conventos de España hasta que, aprovechando una estancia junto a capuchinos en un pueblecito de Gerona, escapó a Francia. En tierras galas estuvo Olavide hasta 17 años. Durante este tiempo recuperó el contacto con los enciclopedistas franceses, entre los que destacaban Diderot y Voltaire. De regreso a Andalucía, en 1798, la corona le restituiría todas sus dignidades y le concedería una renta anual de 90.000 reales y se retiró al pueblo jienense de Baeza. Allí disfrutaría de sus últimos días al ser acogido por su prima Teresa de Arellano y Olavide, a la que designó heredera universal de sus bienes antes de fallecer el 25 de febrero de 1803.

 

4. Referencias bibliográficas.

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